martes, 31 de marzo de 2015

Cambios.

Después de una vida repleta de episodios de altibajos emocionales, debía llegar el punto de inflexión que acabase con todo. En una frase: la inestabilidad también puede ser monótona.

El amor más profundo, la pasión más ardiente y el sentimiento más puro, también pueden volverse, a fin de cuentas, rutina. Los sentimientos pueden ser cortos, dolorosos y  aún así maravillosos, pero, como el helado de chocolate, en grandes cantidades ambos empalagan. 

Quizás suene imposible, no obstante, zambullirse y flotar sin rumbo en un vacío emocional no es tan horrible como pudiese parecer. La despreocupación que implica que no te importe como se sienta  nadie, ni siquiera tú mismo, es una libertad y un alivio infinitos que, a mi modo de ver, merece tanto la pena experimentar como un orgasmo. 

La sencillez de vivir el día a día, sin importar quién llegue mañana o quién pueda irse, compartiendo y disfrutando solo por el mero hecho de poder hacerlo, un placer indescriptible. No depender de alguien, ser el pilar de tu propia vida, eso es madurez, eso es autonomía.

Probablemente sea una etapa a quemar, como se quema la pasión, apagándose la llama como lo hacen los amores, y ¿qué nos queda luego? Nada. Vacío. Soledad. Es por eso que prefiero ser insensible.
Mejor que las excusas malas, lo prefiero al <> con el que suele acabar todo.

Los compromisos están bien pero, ¿quién quiere atarse a la pata de la cama antes de haber salido de la habitación? Hay mil maravillas esperando fuera, diversión, libertad, sin rencores. Sin malas caras al día siguiente, sin reproches.

He podido conocer a personas que comienzan con un gusto suave, dulce, que progresivamente se torna a whisky amargo y acaban sabiendo peor que una resaca. ¿Merece la pena mostrarse vulnerable frente a algo así?

Ser un témpano de hielo tiene sus ventajas, tras muchas capas, la piedra gélida que cubre a esa persona sensible que solía llorar desconsoladamente, sufrir hasta desgarrarse el alma y amar con cada poro, se vuelve impenetrable. Hará falta el sol de mil veranos, la llama de mil apasionadas noches, para poder empezar a fundirla.

Me aventuro a pensar que incluso ese hielo que vuelva mar al derretirse, y pueda hundirme en él, saborearlo y bañarme en su esencia, disfrutar del fin de una etapa de tranquilidad que ahora me toca vivir plenamente,

El fénix es fuego eterno, incontrolable, desatado, abrasando con cada pluma. Y ahora ha renacido. Prepárate para volar, pequeño, porque ha llegado tu momento.