miércoles, 4 de abril de 2012

¿Qué imagen se te viene a la cabeza cuando lees la palabra estrella?

Estrellas, bolas de fuego que poblan la extensión infinita del universo, iluminan, orientan, dan forma y desde aquí, nos hacen darnos cuenta de lo pequeños que somos, y de lo poco que valemos. Puntos de inmensidad con los que nos choca la mirada al elevarla al cielo una noche despejada. Muchos pueden verlas como un simple espectáculo, algo bonito, inexplicable, que te embelesa con su belleza inigualable a lo largo de horas, que te hace perder la noción del tiempo. Quedarse ahí es muy sencillo, no requiere ningún tipo de reflexión, solo la capacidad de observar. Es el deseo, la pretensión de ir más allá lo que nos hace descubrir cosas fascinantes.
En mi opinión, las estrellas representan los sueños, en cada una de ellas se encuentra el deseo de la vida, la ambición y el anhelo por conseguir algo, por ello el universo es infinito, porque la cantidad de posibilidades existentes a la hora de imaginar es ilimitada. Tú que te encuentras delante del ordenador, en tu casa, situada en tu ciudad, dentro de tu localidad y como no de tu país, formando parte de un continente y en conjunto de un planeta, un planeta que pertenece a un sistema regido por una pequeña estrella, que lo  sitúa en una pequeña galaxia, el universo es infinito, y la cantidad de galaxias, sistemas, estrellas, planetas, y quizás individuos en él es incalculable. He ahí la razón por la cual somos tan insignificantes. Sabiendo esto, intenta justificar ahora el sentido de tu vida, revaloriza la importancia de la misma y de ti, de tus relaciones y tus problemas. Pequeño, ¿verdad?
Por este motivo muchos temen a lo que hay fuera pero, realmente, lo que a mí me transmiten las estrellas en conjunto además de un gran sentimiento de asombro y misticismo, es libertad y respeto. El respeto, por encontrarse ahí desde el comienzo de todo, antes que la vida y la libertad por ser enormes cúmulos de materia dispersos y lejanos, tanto que podemos  llegar a ver el brillo de estrellas, que perecieron hace muchos años, cuya luminiscencia ha tardado siglos en llegar hasta nosotros, son cuerpos celestes independientes, con un ciclo vital propio, que iluminan y permiten la existencia de la vida de seres mucho más insignificantes.
Las estrellas son cuerpos incandescentes, brillantes, hermosos, cálidos en su cercanía pero completamente gélidos en la distancia, que nos hacen reflexionar, pensar y evadirnos de lo que somos para ir más allá, en busca de la verdadera visión del universo.

Reflexiones pasadas.

Dolor, confusión, apatía y desgana, lágrimas caprichosas que campan a sus anchas por tu pecho y que se liberan  en forma de sollozos, sollozos silenciosos, cálidos, que te inundan, que irradian sentimientos, teóricamente inocuos, sentimientos que duelen, que queman, que arrastran y que se llevan consigo tu felicidad. Como un soplo  de brisa que te transporta, que te inhibe de todo y de todos, que te aísla, que hurta tu vitalidad y te rompe por dentro. Te destroza hasta el punto de no poder sentir nada. Convierte tu interior en terreno yermo, estéril, inservible. Tu alma se convierte en un desierto, seco y árido, le sustrae el color y lapida sus emociones, dejándola inerte. Y esa idea va creciendo poco a poco dentro de ti, saturándote de sensaciones desagradables, mermando tu fortaleza, obligándote a tener pensamientos imposibles, estúpidos, sin sentido ni lógica.
Locuras.
Percepción distorsionada de la realidad que te rodea, una paranoia que penetra lentamente y hace mella en todo aquello con lo que está en contacto. Todo pasa, son momentos, accesos en los que retornas a un pasado quizás no tan lejano como lo recuerdas, oscuro, frío, tétrico, pero ante todo solitario, tiempos de reflexión profunda en los que realmente de conoces hasta el punto de llegar a temerte a ti mismo. Segundos en los que regresas al mundo excéntrico al que realmente perteneces y en los que revives todas aquellas vivencias, recordándolas de manera clara, sumergiéndote en ellas con el peligro de no volver a emerger como una vez hiciste. Suerte que solo son pequeños momentos, que pasan y se van sin causar estragos, que son olvidados, como un mal sueño.

domingo, 15 de enero de 2012

Y aquí estamos.

No sé que hacer, me siento perdida, en un lugar que no conozco, con la necesidad de buscar algo que no recuerdo, con la intención de llegar a encontrar algo que presiento que no está aquí, aunque no puedo saberlo, porque no sé donde estoy realmente. No sé nada... Y ahí es justo donde me encuentro, en medio de la nada, inmersa en sus profundidades, explorando sus recónditos rincones, resolviendo sus cuestiones más locas y dando lugar a las situaciones más ilógicas que jamás logre imaginar si quiera. Perder sin llegar a haber jugado, madurar sin haber nacido, llorar sin haber podido sentir, morir sin razón, sin haber vivido. Palabras, imágenes, sentimientos... ideas incoherentes me rondan, dando paso a una confusión que no es bienvenida. Solo sé que duele, no sé por qué, pero duele, y no quiero, no otra vez, no de nuevo... El me ama como el amanecer al viento, y acude a mí sin ser llamado, con motivo de inundar mis venas con su fragancia, de acariciar mis cicatrices y colmarme de sí hasta aturdirme, dejándome inconsciente, sin sentido... Y en ese instante regresa todo, de golpe, como una bofetada en plena cara, con la que ellas vuelven y se deslizas silenciosas, cristalinas, perfectas, inundando a cada paso, saciando la sed de cariño y de comprensión, atrayendo al desahogo. Y duermes por fin, y un torbellino inunda tu mente, mezclando lo cotidiano con lo inimaginable, tus deseos más insólitos mezclándose con la realidad, haciéndose palpables y entonces, despiertas. Está oscuro, te sientes sola y te tocas la cara, aún está húmeda. Te sientas en la cama y piensas, atas cabos, reorganizas el desorden mental que te ha causado ese estúpido, pero a la vez tan maravilloso sueño, y en el proceso, vuelves a quedarte dormida y, en sumida en ese sueño sueñas y sueñas, sin parar, sin descanso, con miedo a despertar y que acabe, y pasan las horas y parecen minutos, al contrario que durante el día. Y amanece, y empiezas un día nuevo, totalmente diferente, que acaba como todos. Quizás pienses que lo que digo no tiene sentido pero créeme, para mí sí que lo tiene, y mucho además. Me voy, me voy con mi otro yo al otro mundo, en el que soy feliz, donde aún no conozco la palabra dolor, donde las lágrimas son algo lejano y el sufrimiento no está en mi diccionario, quizás me vaya para no volver, o quizás vuelva pronto, ni yo lo sé, solo sé, que hoy por hoy, no entiendo nada.