martes, 2 de febrero de 2021

No entiendo el juego de los sentimientos.

No entiendo el juego de los sentimientos. 


De verdad, no me entra en la cabeza. ¿En qué momento se convirtió en costumbre jugar al despiste? ¿Cuándo nos inundó el egoísmo y el querer pasó de ser un acto altruista a una huida encarnizada en la que el que se enamora, pierde? ¿Por qué es tan difícil lidiar con las emociones y, cuando nos asaltan las dudas, es un imposible disiparlas con la persona implicada, dejando claras nuestras intenciones?


Me encantaría que una relación fuese como un contrato. O mejor aún, como una sesión de terapia. Mi meta en la vida es encontrar una pareja que sea tan sincera conmigo como con un@ psicólog@, y viceversa. Pero eso no quiere decir que yo deba hacerme responsable de los traumas y la salud mental de nadie, que nos conocemos. Somos adultos, seamos sensatos.


Han pasado años desde que sentí por última vez ese cosquilleo, esa emoción, esas ganas de experimentar, de conocer, de acercarme. Por mi vida han pasado personas que quizás, llegaron en un momento inadecuado. Pero más allá de la circunstancia temporal, aunque haya intentado forzarlo, no ha nacido en mí el interés, no ha habido chispa, y mucho menos... Llama. ¿Me habré quemado? ¿Me habré gastado? Quizás estoy rota de tanto uso que me dieron... Culpa mía, por dejarme usar, como un muñeco de trapo.


Llevo años pensando que tengo un problema. Este verano serán 4 años en soledad, en todos los sentidos. Ha habido idas y venidas, por descontado, pero viéndolo en retrospectiva me doy cuenta de que no fueron deseadas, ni siquiera tenía ilusión... Me estaba forzando. Desde mi tierna adolescencia estuve años encadenando relaciones, uniendo personas como eslabones de una cadena, dejándolos undirse en la arena a mi paso, como huellas en la orilla, que el mar se llevó con cada ola. Y en algún punto de la forja... Me quemé, me agoté, agonicé con unos últimos coletazos de rabia y luego, vacío. Silencio. Frío.


No he vuelto a encontrar a nadie que me haga sentir absolutamente nada parecido al querer. Quizás si una pequeña atracción, una emoción pasajera, que terminó esfumandose con el paso de las horas, dejando a su espalda un nuevo reguero de indiferencia.


Ya pasan casi 4 años y me acuerdo poco de  esos capítulos que dejé atrás, no porque no me marcasen (por descontado, pues formaron parte de mi vida), sino porque están enterrados bajo la loza de la impasibilidad, junto a los recuerdos que llevan ligados. Esta etapa me ha llenado, a la vez que es vacío, porque a pesar de que ha desaparecido esa parte del amor romántico (cogido con pinzas, dejando a un lado el ideal tóxico que impera en la sociedad y que nos vende la industria), mi atención se ha desviado a otros tipos de querer: a mi familia, a mis amigas, a mi perra, a mi entorno, a mi carrera, a los lugares que me acogen y se vuelven casa. Y sobre todo, a mí. 


He dejado de odiarme profundamente por no ser suficiente de cualquier cosa: por ser fea, por ser perezosa, por no estar delgada, por tener celulitis, el pecho caído, las cejas poco pobladas, un diente torcido. Me he odiado de mil formas: por mi físico, por mis actitudes, por mi forma de vivir, por mis gustos, mis emociones y mi ausencia de ellas. Y me he querido muy, muy pocas veces. A pesar de que me sobran motivos. ¿Quién decide qué es bello? Yo, por supuesto. ¿Quién decide lo que es bueno o malo? Depende. Lo que sí que tengo claro ahora es que prefiero analizar los motivos de un comportamiento, un suceso, una acción, en lugar de emitir un juicio por ellp, para así poder aprender de cada vivencia y su significado. 


El camino del autoconocimiento es duro, como caminar por una playa llena de cantos rodados descalza, a veces están secos, hace sol y queman; otras están húmedos, llenos de musgo, y resbalas. Y te caes, mil veces. Y los caracoles de las piedras te surcan la piel con cortes finos como el papel, y el salitre escuece... Pero estás viva. Es difícil aprender a aceptarse para luego, quererse. Es complejo afrontar la realidad, abrirse en canal sin miedo a los juicios ajenos, que no te afecten... Porque nadie está obligado a formar parte de tu vida, no importa el lazo que compartas, tu prioridad debes ser tú, en lo que a relaciones personales se refiere. Se me ocurre una excepción y es quizás la relación entre padres, madres e hij@s, sobre todo cuando estos últimos son pequeños y dependientes, pero es una disertación a tratar más adelante.


Quererse a veces es feo. A veces supone mirarte al espejo y no ver nada que te guste, pero tener que decirte cosas bonitas, porque hablarte de forma amable es primordial. Trátate con respeto, aunque a el reflejo no te responda, aunque no te reconozcas, estás ahí, debajo del miedo. Y partiendo de esa base: del amor (propio), es cuando creo que al fin puedo empezar a vislumbrar el sentido de todo esto. No he tenido una relación sana nunca, jamás en mi vida. Porque todas partían de las inseguridades y los traumas (propios, pero también ajenos) mal gestionados, como cargas para el otro que muchas veces, ni siquiera los comprende. Darle a alguien el poder de conocerte, que supone abrirte y ser sincera, solo puede hacerse desde dos actitudes, bajo mi forma de verlo: o estás loc@ y eres un negligente irresponsable, o te quieres mucho y sabes que si esa persona no se comporta de la manera adecuada, sabrás gestionarlo y seguirte queriendo. Yo siempre me he encontrado en un limbo entre ambas, andando a medio gas, sin entregarme por completo a nadie ni nada. Pero ya vale. Vamos a concedernos el placer de mostrar el emponderamiento desde la inteligencia emocional, el autoconocimiento y el amor propio, como base para construir relaciones personales sanas.


Así que vamos a querernos mucho, a nosotr@s, y a transmitir este sentir como un manifiesto. Hoy se acaba la abulia, se acaban los engaños y las medias tintas. Quiero exponer mi contrato y mis condiciones, comunicarme, conocerme y conocer lo que me rodea. Ser feliz es una responsabilidad más de la vida, y debemos hacernos cargo también de ella. Pedir ayuda no es de débiles, y expresar sentimientos, exigir cuidados recíprocos y comunicación, tampoco. Seamos claros, y después, ya gestionaremos las consecuencias. 

Y mientras, sigamos aprendiendo. 


Feliz vida. 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Inestabilidad.

Estoy aprendiendo a caminar, sin haber gateado primero. Doy un paso y piso, siento el suelo resbaladizo, y entonces pierdo el equilibrio, me resbalo y caigo. 

- No importa, sigue, vuelve a intentarlo - me digo.

Entonces me levanto y comienzo de nuevo este baile, un tanto macabro, que supone aprender a desplazarse por la vida. 

Pasan las horas, los días, los meses, los años. Y yo, me sigo cayendo. Y con cada paso que doy, mi velocidad aumenta y cuando caigo, el abismo es más profundo.


Alguna vez la caída fue en un precipicio, lleno de piedras afiladas que rascaron mis costuras con punta de diamante. Otras caídas fueron zarzas, que penetraron sin permiso en lo más profundo de mi carne. Hubo algunas suaves, con refugio, donde al bajar había manos que me impulsaron de nuevo hacia delante. Todas fueron peculiares en sus finales, con un mismo comienzo, que es el de empezar de nuevo aquí. 


Todos los pasos que inician un camino tienden a ser tímidos, temblorosos e inestables. Quizás una mala decisión, un miedo o la incertidumbre son de ello responsables. Sea como fuere ese paso, tú dalo hacia delante, pues no puedo prometerte a qué te acercas, pero lo que seguro que haces es alejarte del inicio.


El avance en un concepto  complejo de definir en sí mismo, pues ¿cómo puede medirse de una forma objetiva? 

Cuando vemos que cada paso es diferente, cada camino intermitente, cambiando el suelo a cada huella, un enigma impertinente. Así, muchos se conforman con las métricas que ofrecen los que dicen que esto va de "distribución normal, desviación estándar, media y mediana". Si las matemáticas pudiesen explicar el comportamiento humano esta tesis sería en vano, pero por ahora no es el caso, así que prosigamos. 


Si hablamos ahora del caminante sería imposible describirlo, aunque pasasen varios siglos. Y es que son personas con sus dones y dominios, sus riquezas y juicios, sus defectos y enredichos, son variadas y mezcladas. El paso de cada una gira en torno a mil variables que son incalculables, incluso para el aludido.


De todas las caídas, las remontadas y revanchas sólo saco hoy algo en claro: Necesitas caminar para seguir acumulando fracasos. 

Y es que aunque parezca distópico la base del progreso es el fracaso, todo procesos en sí mismos que agradables o no traducen un único concepto:  Movimiento. 


Tengo que ser sincera, muchas veces estoy perdida, a pesar de marcar un rumbo teórico, no encuentro la salida. Sé que tengo que ir al norte, pero desde dentro del bosque no encuentro sol que me oriente, ni siquiera veo el horizonte. Es difícil deshacerse de una situación semejante, solo queda el movimiento, echar a andar y coger aire. 


De este principio sale el dilema: ¿y si nunca aprendí a caminar y me pierdo dando pasos y cayéndome? ¿O si quizás consigo mantenerme, pero ando en círculos y nunca salgo hacia el norte? Y si en mi búsqueda desenfrenada, por ir muy rápido, me pierdo a mí misma y nunca vuelvo a encontrarme... 


No es sencillo, no. No hay una solución que no implique fracaso, algunas pérdidas asumibles, pero otras... Inabarcables. Me gustaría poder decir hoy: toma, aquí está tu resultado, este es el camino que necesitas seguir, no te preocupes, todo está en mi mano. Sería un regalo. Pero si ese fuese el camino al éxito (uno marcado, predicho, pautado por alguien que cobra mucho dinero por mostrártelo), te aseguro que ya no valdría la pena ni el camino, no el resultado (pues cualquiera podría acceder en favor de su bolsillo). 


El éxito se basa en fracaso, sí, fracaso. Sólo es una palabra más del diccionario, por favor, no la dilapides. El fracaso puede ser magestuoso, puede ser un gran padre, consejero y mentor, pero le tememos y rehuimos tanto, que probablemente el miedo al fracaso paralice a más de uno de los presentes. 


Necesitas fracasar. Lánzate y date un golpe fuerte, sangra a borbotones, quédate aturdido y luego céntrate: ya sabes que el camino no es exactamente por ahí (quizás es un poco más arriba, o tal vez en dirección contraria, te toca suponerlo). Volvamos a intentarlo. 


El mundo actual es inmediato y nosotros nos hemos transformado en eso mismo: hacemos la compra online con unos clicks, compramos ropa, pedimos delivery, nos inscribimos en cursos, accedemos a los últimos estrenos, todo sin esperas. ¿De verdad es sorprendente que en este mundo estridente donde el primero en llegar hinca el diente la paciencia sea un valor ausente? 


Paciente, paciente, paciente, el que espera, el que se prepara, el que se lo merece. Siempre en movimiento, a veces lento y a veces muy fuerte, dando pasos de tortuga, de gacela o entre continentes. Lo importante es siempre estar presente y consciente: un error no es punto y final, es una coma aclaratoria en el proceso de sumar. 


Así, tras todo esto, sólo me queda decirte, camina y cae muchas veces, hasta que de tanto levantarte rumbo al despegue, vueles, y cuando estés en el cielo no olvides las caídas, porque el fracaso fue tu impulso y el fallo te hizo fuerte. Que tus alas estén llenas de las negativas que viviste, que sean la huella del camino que seguiste hasta encontrarte. Cuando al fin aparezca la vida en la esquina tienes que abrazarla con ganas y no detenerte, seguir en movimiento, a veces rápido, a veces lento, y subir y bajar despacio, porque como me han dicho muchas veces: si esta vez no sale bien, es porque no era el último intento. 


Ánimo férreo, corazón caliente, lleva el pecho hinchado del orgullo del valiente, porque todo el que quede inerte al final se arrepiente, y el valor del movimiento y el fracaso no cualquiera lo merece. 


Mantente erguido, camina, anda y vuela, y no pares nunca aunque duela, porque el fra-caso solo se da en algunas ocasiones, mientras el éxito es la recompensa a expensas de todo lo vivido. ✨. 




jueves, 17 de agosto de 2017

Mi cama fría.

Mi cama está fría, como el último aliento que exhaló todo lo que vivimos.

Mi cama está fría y el calor que me embargaba se apagó, como la llama que estuve esperando todos estos meses, el rescoldo que salvase nuestra ausencia.

Todo el dolor se hace sordo en el silencio que reclamas cuando no estás, el vacío que dejas por elección propia. No puedo acallar la culpa, que tras todo este tiempo de indiferencia ahora decide hacerme partícipe de una decisión que nunca vi clara, que me impidió hacer de esto algo definitivo, torturándome cuando sobreviene el silencio.

Mi cama está fría; y caliente mi pecho y mi mente, con el recuerdo de lo que fuimos y aún somos en la esperanza de mi alma, en la imagen que atesoro de todas las cosas bonitas que vivimos, dijimos y pensamos. Ahora soy yo, sin aderezos ni medias tintas, buscando entre los escombros lo que queda de mí y reconstruyéndome con las partes que dejaste.

Mi cama está fría, como yo lo estaba cuando pensaba en tomar este camino, mucho más simple en solitario, con propio ritmo y sin tropiezos, pero también sin nadie que me ayude a levantarme cuando esté hundida. Me inunda el calor cuando pienso en todos esos últimos, los que me pediste y no quise darte, y los que ahora, presumo, unirían las partes de este todo que ya no existe.

Soy un puzzle al que le faltan piezas, perdidas en la inmensidad de esta soledad amarga, ingrata y fría, como todas las sensaciones que recorrían mi cuerpo cuando pensaba en ti hace semanas.

¿Cómo es posible que unas palabras puedan cambiar la indiferencia por añoranza, y atraer el hielo en el que ahora reposo, derritiéndome en los rescoldos del recuerdo de tu cuerpo tumbado a mi lado, cálido, suave? Un hogar donde ya no me siento bienvenida.

Elegí el camino fácil para dejar de pensar, y mi castigo es el sufrimiento de la duda eterna, no pudieron discernir entonces ni ahora, los sentimientos y la lógica agolpados en un solo susurro, acallando los gritos de mi mente dándome puñaladas en el pecho.

El único refugio, que fue mi cama, cálida, llena, quedándose pequeña; ahora está fría y vacía, como mi mente, que se ampara en lo que fue y perdimos por jugar con fuego, sublimando sentimientos, destruyendo lo que construimos juntos, convirtiendo la convivencia en una batalla en la que ambos salimos heridos.

No surge el mismo dolor de mí, mana la culpa, que prima sobre el arrepentimiento, pues reconozco que en el fondo me engaño y solo busco el cariño del que he sido dependiente debido a la costumbre. No podemos unir las piezas, porque muchas se han perdido y otras, a pesar de todo, nunca encontrarán pareja, pues se han quedado ancladas en el hielo de mi cama, en el frío de mi almohada, quemándome.

Ojalá pueda ser fuerte, por ti y por mí.

Me sorprende como aún soy capaz de ponerte a ti delante a pesar de todo, la tentación llama y sé que el calor espera, para volver a entrar y llenar mi vida con un triste sucedáneo de lo que fuimos, pero tú no te lo mereces.

Sé que puedo, cuidando en la distancia de ti y de mí.

Apelo a la cordura que me queda, busco la racionalidad que me dirige hacia la espera prudencial que necesitas, aunque me arda y me abrase la amargura de la soledad, el silencio y la calma.

Siempre te consideré un loco y ahora en el invierno de mi cama sé que lo fuiste, atrayendo la vida a mi mundo, dándome todo lo que no quería pero pedía a gritos bajo la coraza que me arrebataste. Volveré a reunirme conmigo, dentro de la fortaleza que creé, aunque no recuerde como, para cuidar de ti y salvarte de este monstruo que tengo en el pecho, desgarrándome para salir en tu busca. Sé que realmente no serías capaz de suplir todas sus carencias, porque no es racional, es egoísta, y ese ego de Freud (tuyo y mío) es el que logró destruirnos.

Llenaré el vacío frío de mi cama con tu ausencia y con mi ego, lucharé por el niño que sé que eres, que no tiene que sufrir esta condena de mis indecisiones, más allá de lo que ya conoces. Debo ser mi coraza y la tuya, mi amante, mi vida, mi luz y mi oscuridad; para sustituir las horas que vivimos, que son pasado, que no van a volver por mucho que las reclame gritando.

No sería justo para ti conocer todo esto, mi ego es mi demonio, y a ti te sobra con el purgatorio al que te condenaste al no saber conservar todo lo que habíamos creado. Sufriremos juntos pero en la distancia, pagando por nuestros pecados sin saber nada del otro, hasta que mi cama esté caliente, hasta que mi cuerpo sea mi santuario y el tuyo no suponga más que un lugar bonito que visité, como un monumento perdido en la memoria de una larga vida, la mía.

Aún viéndolo imposible en tiempo presente, te unirás a la lista que forman mis otras debilidades, mis otros trocitos de ego, aquellos que tampoco lograron quedarse a llenar el vacío de mi cama, de mi vida, de mi mente, de mi alma.

Descansa en paz como el recuerdo del que ahora formas parte, porque con este texto espero sentenciarte al único lugar al que puedes pertenecer hoy, el iceberg de al lado de la cama, que se aleja navegando hacia el horizonte después de haber destruido mi titanic, dejándome en tetania.

Hasta que el tiempo decida liberarme de las cadenas que yo misma me he impuesto, esta sentencia eterna que supone rodearme de camas frías y lágrimas calientes, sin hombros ni caricias reconfortantes, sin palabras pequeñas que me eleven.

Estoy sola.

Conmigo.

En mi cama fría.

Y soy suficiente.

martes, 31 de marzo de 2015

Cambios.

Después de una vida repleta de episodios de altibajos emocionales, debía llegar el punto de inflexión que acabase con todo. En una frase: la inestabilidad también puede ser monótona.

El amor más profundo, la pasión más ardiente y el sentimiento más puro, también pueden volverse, a fin de cuentas, rutina. Los sentimientos pueden ser cortos, dolorosos y  aún así maravillosos, pero, como el helado de chocolate, en grandes cantidades ambos empalagan. 

Quizás suene imposible, no obstante, zambullirse y flotar sin rumbo en un vacío emocional no es tan horrible como pudiese parecer. La despreocupación que implica que no te importe como se sienta  nadie, ni siquiera tú mismo, es una libertad y un alivio infinitos que, a mi modo de ver, merece tanto la pena experimentar como un orgasmo. 

La sencillez de vivir el día a día, sin importar quién llegue mañana o quién pueda irse, compartiendo y disfrutando solo por el mero hecho de poder hacerlo, un placer indescriptible. No depender de alguien, ser el pilar de tu propia vida, eso es madurez, eso es autonomía.

Probablemente sea una etapa a quemar, como se quema la pasión, apagándose la llama como lo hacen los amores, y ¿qué nos queda luego? Nada. Vacío. Soledad. Es por eso que prefiero ser insensible.
Mejor que las excusas malas, lo prefiero al <> con el que suele acabar todo.

Los compromisos están bien pero, ¿quién quiere atarse a la pata de la cama antes de haber salido de la habitación? Hay mil maravillas esperando fuera, diversión, libertad, sin rencores. Sin malas caras al día siguiente, sin reproches.

He podido conocer a personas que comienzan con un gusto suave, dulce, que progresivamente se torna a whisky amargo y acaban sabiendo peor que una resaca. ¿Merece la pena mostrarse vulnerable frente a algo así?

Ser un témpano de hielo tiene sus ventajas, tras muchas capas, la piedra gélida que cubre a esa persona sensible que solía llorar desconsoladamente, sufrir hasta desgarrarse el alma y amar con cada poro, se vuelve impenetrable. Hará falta el sol de mil veranos, la llama de mil apasionadas noches, para poder empezar a fundirla.

Me aventuro a pensar que incluso ese hielo que vuelva mar al derretirse, y pueda hundirme en él, saborearlo y bañarme en su esencia, disfrutar del fin de una etapa de tranquilidad que ahora me toca vivir plenamente,

El fénix es fuego eterno, incontrolable, desatado, abrasando con cada pluma. Y ahora ha renacido. Prepárate para volar, pequeño, porque ha llegado tu momento.


domingo, 16 de marzo de 2014

Adiós dulce luna.

Noche cerrada, penumbra imperante, la brisa fina, ligera y firme sopla hiriente, impregnado la piel con su gélido aliento. La soledad la acompaña, se hace partícipe de sus pensamientos. Cierra los ojos y todo desaparece, el hielo del aire ya no corta, las pequeñas antorchas brillantes que alumbraban su camino se pierden, y solo la certeza del suelo férreo bajo su cuerpo, irregular y desnivelado, es capaz de hacerla sentir parte de este mundo, al que solo le ancla la gravedad que mantiene sus pies unidos a él. Escucha cada sonido más allá de la voz del tiempo, cada crujido de rama, de tierra, de fuego; escucha el aleteo de un corazón ansioso por descubrir nuevas sensaciones y secretos. De pronto, el gorgoteo de una risa suave y breve la sorprende, pero no abre los ojos, no se mueve, no respira, no responde. Ignora el instinto, cada atropellado impulso de huir de aquellos sonidos extraños, amenazantes, desconocidos, sinuosos, siniestros... Es entonces cuando una luz intensa cobra fuerza, manifestando su esplendor como llama. Es una llama interna, cálida, ardiente, que quema y arrasa, pero purifica a su paso, absorve el miedo, absorbe la duda, el desánimo, y que luego se apaga, dejando un sabor amargo con su marcha. Y vuelve a ser consciente de la barrera del suelo, de los cuchillos del aire, de la marea de la noche, y comprueba con asombro que las lágrimas brotan de sus ojos, que ruedan perfectas como cristales pulidos. Es así como los espejos de su alma reflejan cada parche mal cosido, cada pena rota que no fue recomendada, cada adiós olvidado que comenzó como un hasta pronto, recorriendo el camino de la despedida hasta culminar en la desesperanza de un siempre te echaré de menos. Los sollozos recorren un cuerpo que se convulsiona sobre la tierra sin cuidado, bañándola de una pena inmensa y sin sentido, incoherente, incesante, imposible e incontrolable. Y continúa la escena corriente de un desengaño, pero en un escenario atípico, con un desenlace poco corriente. Poco a poco las convulsiones decrecen, su río se seca, sus sollozos se apagan y retorna el silencio culpable que acusa y pesa sobre los hombros de un ánima incapaz de encontrar su sitio en este cruel lugar llamado mundo. Los pies se posan en el desnivel, las rodillas temblorosas alzan un cuerpo casi sin vida, que comienza a moverse sin ser realmente consciente de lo que se propone. Aunque querría alzar el vuelo y marcharse, se resigna a la tortura de unas piernas dadas de sí por haber soportado más peso del que les correspondía, incapaces de correr lo suficientemente rápido como para liberarla del monstruo tortuoso que acecha y finta, esperando el momento para abalanzarse sobre ella. Corre cuesta abajo, corre a favor de la pendiente, escoge el camino fácil. Pero esta acaba y la sensación de la tierra bajo las plantas cambia, una nube granulada se cuela entre los pliegues de sus dedos, blanda, cede bajo sus pies a cada paso. Escucha el sonido del mar que brama y ahoga su dolor, y el llanto de la bestia que la persigue queda acallado por el sonido de las olas que rugen susurrando su nombre entre las rocas. Avanza con paso firme y seguro, dueña de su destino por primera vez en tanto tiempo. Liberándose de las cadenas que la aprisionan alza los brazos y comienza a desnudarse, las prendas caen a sus pies y quedan tras sus pasos como si de malos recuerdos se tratasen. La textura de la arena cambia, volviéndose húmeda al tacto, siendo cada vez más difuso su contorno, tal como ocurre con su cuerpo cuando al fin roza el agua. Su piel poco a poco se funde con el salitre que la salpica, sus cabellos ondean al viento mientras una tímida luna escondida tras las nubes aparece, deseosa de contemplar el fin de una vida tormentosa y apesadumbrada. El agua la rodea, sus cabellos empapados se adhieren a su rostro, pero ya no importa. Toma aire por última vez y se sumerge en la oscuridad más absoluta, mayor que la de la noche, que la de su vida, que la de su alma. De nuevo se concentra en aquello que le rodea, no obstante, esta vez abre los ojos y observa el cielo, las estrellas y la luna tras el manto líquido en el que se encuentra. Una vez más la llama de su interior se enciende y brota, un calor muy intenso, mayor que cualquier otro, la recorre, el dolor no le permite pensar, pero no hay nada más bello que aquella imagen. Su cerebro desesperado muestra su ansia de vivir, su necesidad de respirar, mientras ella se concentra en la llama y lo ignora. La belleza de un cuerpo de piel planteada bajo la luna llena, bañado por la danza ondulatoria de las olas que lo mecen, como si realmente durmiese con los ojos abiertos. Su cuerpo flota sobre el agua mientras su alma se hunde y llega a las profundidades para luego regresar a la superficie y subir y subir más allá del cielo y las estrellas, virtuosa y libre de las responsabilidades que la apresaban en vida, feliz de una vez por todas.

miércoles, 4 de abril de 2012

¿Qué imagen se te viene a la cabeza cuando lees la palabra estrella?

Estrellas, bolas de fuego que poblan la extensión infinita del universo, iluminan, orientan, dan forma y desde aquí, nos hacen darnos cuenta de lo pequeños que somos, y de lo poco que valemos. Puntos de inmensidad con los que nos choca la mirada al elevarla al cielo una noche despejada. Muchos pueden verlas como un simple espectáculo, algo bonito, inexplicable, que te embelesa con su belleza inigualable a lo largo de horas, que te hace perder la noción del tiempo. Quedarse ahí es muy sencillo, no requiere ningún tipo de reflexión, solo la capacidad de observar. Es el deseo, la pretensión de ir más allá lo que nos hace descubrir cosas fascinantes.
En mi opinión, las estrellas representan los sueños, en cada una de ellas se encuentra el deseo de la vida, la ambición y el anhelo por conseguir algo, por ello el universo es infinito, porque la cantidad de posibilidades existentes a la hora de imaginar es ilimitada. Tú que te encuentras delante del ordenador, en tu casa, situada en tu ciudad, dentro de tu localidad y como no de tu país, formando parte de un continente y en conjunto de un planeta, un planeta que pertenece a un sistema regido por una pequeña estrella, que lo  sitúa en una pequeña galaxia, el universo es infinito, y la cantidad de galaxias, sistemas, estrellas, planetas, y quizás individuos en él es incalculable. He ahí la razón por la cual somos tan insignificantes. Sabiendo esto, intenta justificar ahora el sentido de tu vida, revaloriza la importancia de la misma y de ti, de tus relaciones y tus problemas. Pequeño, ¿verdad?
Por este motivo muchos temen a lo que hay fuera pero, realmente, lo que a mí me transmiten las estrellas en conjunto además de un gran sentimiento de asombro y misticismo, es libertad y respeto. El respeto, por encontrarse ahí desde el comienzo de todo, antes que la vida y la libertad por ser enormes cúmulos de materia dispersos y lejanos, tanto que podemos  llegar a ver el brillo de estrellas, que perecieron hace muchos años, cuya luminiscencia ha tardado siglos en llegar hasta nosotros, son cuerpos celestes independientes, con un ciclo vital propio, que iluminan y permiten la existencia de la vida de seres mucho más insignificantes.
Las estrellas son cuerpos incandescentes, brillantes, hermosos, cálidos en su cercanía pero completamente gélidos en la distancia, que nos hacen reflexionar, pensar y evadirnos de lo que somos para ir más allá, en busca de la verdadera visión del universo.

Reflexiones pasadas.

Dolor, confusión, apatía y desgana, lágrimas caprichosas que campan a sus anchas por tu pecho y que se liberan  en forma de sollozos, sollozos silenciosos, cálidos, que te inundan, que irradian sentimientos, teóricamente inocuos, sentimientos que duelen, que queman, que arrastran y que se llevan consigo tu felicidad. Como un soplo  de brisa que te transporta, que te inhibe de todo y de todos, que te aísla, que hurta tu vitalidad y te rompe por dentro. Te destroza hasta el punto de no poder sentir nada. Convierte tu interior en terreno yermo, estéril, inservible. Tu alma se convierte en un desierto, seco y árido, le sustrae el color y lapida sus emociones, dejándola inerte. Y esa idea va creciendo poco a poco dentro de ti, saturándote de sensaciones desagradables, mermando tu fortaleza, obligándote a tener pensamientos imposibles, estúpidos, sin sentido ni lógica.
Locuras.
Percepción distorsionada de la realidad que te rodea, una paranoia que penetra lentamente y hace mella en todo aquello con lo que está en contacto. Todo pasa, son momentos, accesos en los que retornas a un pasado quizás no tan lejano como lo recuerdas, oscuro, frío, tétrico, pero ante todo solitario, tiempos de reflexión profunda en los que realmente de conoces hasta el punto de llegar a temerte a ti mismo. Segundos en los que regresas al mundo excéntrico al que realmente perteneces y en los que revives todas aquellas vivencias, recordándolas de manera clara, sumergiéndote en ellas con el peligro de no volver a emerger como una vez hiciste. Suerte que solo son pequeños momentos, que pasan y se van sin causar estragos, que son olvidados, como un mal sueño.

domingo, 15 de enero de 2012

Y aquí estamos.

No sé que hacer, me siento perdida, en un lugar que no conozco, con la necesidad de buscar algo que no recuerdo, con la intención de llegar a encontrar algo que presiento que no está aquí, aunque no puedo saberlo, porque no sé donde estoy realmente. No sé nada... Y ahí es justo donde me encuentro, en medio de la nada, inmersa en sus profundidades, explorando sus recónditos rincones, resolviendo sus cuestiones más locas y dando lugar a las situaciones más ilógicas que jamás logre imaginar si quiera. Perder sin llegar a haber jugado, madurar sin haber nacido, llorar sin haber podido sentir, morir sin razón, sin haber vivido. Palabras, imágenes, sentimientos... ideas incoherentes me rondan, dando paso a una confusión que no es bienvenida. Solo sé que duele, no sé por qué, pero duele, y no quiero, no otra vez, no de nuevo... El me ama como el amanecer al viento, y acude a mí sin ser llamado, con motivo de inundar mis venas con su fragancia, de acariciar mis cicatrices y colmarme de sí hasta aturdirme, dejándome inconsciente, sin sentido... Y en ese instante regresa todo, de golpe, como una bofetada en plena cara, con la que ellas vuelven y se deslizas silenciosas, cristalinas, perfectas, inundando a cada paso, saciando la sed de cariño y de comprensión, atrayendo al desahogo. Y duermes por fin, y un torbellino inunda tu mente, mezclando lo cotidiano con lo inimaginable, tus deseos más insólitos mezclándose con la realidad, haciéndose palpables y entonces, despiertas. Está oscuro, te sientes sola y te tocas la cara, aún está húmeda. Te sientas en la cama y piensas, atas cabos, reorganizas el desorden mental que te ha causado ese estúpido, pero a la vez tan maravilloso sueño, y en el proceso, vuelves a quedarte dormida y, en sumida en ese sueño sueñas y sueñas, sin parar, sin descanso, con miedo a despertar y que acabe, y pasan las horas y parecen minutos, al contrario que durante el día. Y amanece, y empiezas un día nuevo, totalmente diferente, que acaba como todos. Quizás pienses que lo que digo no tiene sentido pero créeme, para mí sí que lo tiene, y mucho además. Me voy, me voy con mi otro yo al otro mundo, en el que soy feliz, donde aún no conozco la palabra dolor, donde las lágrimas son algo lejano y el sufrimiento no está en mi diccionario, quizás me vaya para no volver, o quizás vuelva pronto, ni yo lo sé, solo sé, que hoy por hoy, no entiendo nada.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Desatada.

Momentos de oscuridad extrema, en los que no eres capaz de ver más allá de ti mismo, en los que todo te importa una mierda y solo sabes compadecerte y abrumarte por una culpa sin sentido que llega a destiempo. Desgana y apatía por todo, sentimientos agrios, que te recuerdan que no eres nadie y que a nadie le importas un carajo. Sentimientos de incomprensión en los que te sientes sustituida y rechazada de manera estúpida. Que no haya nadie ahí que sepa decirte lo que quieres oír es frustrante. Dolor, profundo, interno y eterno que se expande y rompe en oleadas de hiel  helada que arde en las venas, el corazón y ante todo, en el alma. Y aquí viene de nuevo ese sentimiento infame que vuelve de hielo los corazones de los hombres, sentimientos encontrados y luchas imposibles entre titanes indestructibles que pujan por acabar con todo lo que un día fue importante y crucial y que ahora, ya no importa. Momentos como este, en los que me dejo llevar, en los que mi mente está en blanco y pierdo la cabeza, dejando hablar a mi interior, dejando al corazón al mando, como pocas veces ocurre, dejándole mostrar mi parte más débil, la que se contradice, la que deja de ser quien es por querer ser quien una vez fue intentando ser lo que es ahora. Y como digo, todo se vuelve negro y se desdibuja, desaparecen los márgenes y se esfuman las leyes de la lógica. O quizás todo sea exacto, frío, calculado, maquiavélico en su más hermosa expresión, sin sentimientos y tan perfecto, que escapa a la escasa comprensión de la que son poseedores la mayoría de los hombres. No sé si en estos momentos me vuelvo loca o genio, pero no me importa solo importa la nada que me oprime el pecho y que imprime en mi cara el gesto macabro que desfigura mis facciones. Me vuelvo la muñeca eterna que no siente, que no vive, que no ama, que no cree y que no piensa. Y luego vuelvo en mí y leo todo lo que escribo, sin reconocer ni una sola palabra y simplemente me convenzo de que no ha sido más que un momento de locura y que todo lo que digo no son más que invenciones dentro de un fantástico sueño. Solo un despiste en el que dejo al descubierto todo eso que encerré un día y dejé olvidado en lo más profundo del abismo con la esperanza de no volver a saber nunca más de ello. Las cosas salen a la luz solo cuando nuestro subconsciente se asegura de que podemos enfrentarnos a ello y, te lo digo de veras, puede llegar a ser horrible.