miércoles, 4 de abril de 2012

Reflexiones pasadas.

Dolor, confusión, apatía y desgana, lágrimas caprichosas que campan a sus anchas por tu pecho y que se liberan  en forma de sollozos, sollozos silenciosos, cálidos, que te inundan, que irradian sentimientos, teóricamente inocuos, sentimientos que duelen, que queman, que arrastran y que se llevan consigo tu felicidad. Como un soplo  de brisa que te transporta, que te inhibe de todo y de todos, que te aísla, que hurta tu vitalidad y te rompe por dentro. Te destroza hasta el punto de no poder sentir nada. Convierte tu interior en terreno yermo, estéril, inservible. Tu alma se convierte en un desierto, seco y árido, le sustrae el color y lapida sus emociones, dejándola inerte. Y esa idea va creciendo poco a poco dentro de ti, saturándote de sensaciones desagradables, mermando tu fortaleza, obligándote a tener pensamientos imposibles, estúpidos, sin sentido ni lógica.
Locuras.
Percepción distorsionada de la realidad que te rodea, una paranoia que penetra lentamente y hace mella en todo aquello con lo que está en contacto. Todo pasa, son momentos, accesos en los que retornas a un pasado quizás no tan lejano como lo recuerdas, oscuro, frío, tétrico, pero ante todo solitario, tiempos de reflexión profunda en los que realmente de conoces hasta el punto de llegar a temerte a ti mismo. Segundos en los que regresas al mundo excéntrico al que realmente perteneces y en los que revives todas aquellas vivencias, recordándolas de manera clara, sumergiéndote en ellas con el peligro de no volver a emerger como una vez hiciste. Suerte que solo son pequeños momentos, que pasan y se van sin causar estragos, que son olvidados, como un mal sueño.

No hay comentarios:

Publicar un comentario