sábado, 21 de noviembre de 2020

Inestabilidad.

Estoy aprendiendo a caminar, sin haber gateado primero. Doy un paso y piso, siento el suelo resbaladizo, y entonces pierdo el equilibrio, me resbalo y caigo. 

- No importa, sigue, vuelve a intentarlo - me digo.

Entonces me levanto y comienzo de nuevo este baile, un tanto macabro, que supone aprender a desplazarse por la vida. 

Pasan las horas, los días, los meses, los años. Y yo, me sigo cayendo. Y con cada paso que doy, mi velocidad aumenta y cuando caigo, el abismo es más profundo.


Alguna vez la caída fue en un precipicio, lleno de piedras afiladas que rascaron mis costuras con punta de diamante. Otras caídas fueron zarzas, que penetraron sin permiso en lo más profundo de mi carne. Hubo algunas suaves, con refugio, donde al bajar había manos que me impulsaron de nuevo hacia delante. Todas fueron peculiares en sus finales, con un mismo comienzo, que es el de empezar de nuevo aquí. 


Todos los pasos que inician un camino tienden a ser tímidos, temblorosos e inestables. Quizás una mala decisión, un miedo o la incertidumbre son de ello responsables. Sea como fuere ese paso, tú dalo hacia delante, pues no puedo prometerte a qué te acercas, pero lo que seguro que haces es alejarte del inicio.


El avance en un concepto  complejo de definir en sí mismo, pues ¿cómo puede medirse de una forma objetiva? 

Cuando vemos que cada paso es diferente, cada camino intermitente, cambiando el suelo a cada huella, un enigma impertinente. Así, muchos se conforman con las métricas que ofrecen los que dicen que esto va de "distribución normal, desviación estándar, media y mediana". Si las matemáticas pudiesen explicar el comportamiento humano esta tesis sería en vano, pero por ahora no es el caso, así que prosigamos. 


Si hablamos ahora del caminante sería imposible describirlo, aunque pasasen varios siglos. Y es que son personas con sus dones y dominios, sus riquezas y juicios, sus defectos y enredichos, son variadas y mezcladas. El paso de cada una gira en torno a mil variables que son incalculables, incluso para el aludido.


De todas las caídas, las remontadas y revanchas sólo saco hoy algo en claro: Necesitas caminar para seguir acumulando fracasos. 

Y es que aunque parezca distópico la base del progreso es el fracaso, todo procesos en sí mismos que agradables o no traducen un único concepto:  Movimiento. 


Tengo que ser sincera, muchas veces estoy perdida, a pesar de marcar un rumbo teórico, no encuentro la salida. Sé que tengo que ir al norte, pero desde dentro del bosque no encuentro sol que me oriente, ni siquiera veo el horizonte. Es difícil deshacerse de una situación semejante, solo queda el movimiento, echar a andar y coger aire. 


De este principio sale el dilema: ¿y si nunca aprendí a caminar y me pierdo dando pasos y cayéndome? ¿O si quizás consigo mantenerme, pero ando en círculos y nunca salgo hacia el norte? Y si en mi búsqueda desenfrenada, por ir muy rápido, me pierdo a mí misma y nunca vuelvo a encontrarme... 


No es sencillo, no. No hay una solución que no implique fracaso, algunas pérdidas asumibles, pero otras... Inabarcables. Me gustaría poder decir hoy: toma, aquí está tu resultado, este es el camino que necesitas seguir, no te preocupes, todo está en mi mano. Sería un regalo. Pero si ese fuese el camino al éxito (uno marcado, predicho, pautado por alguien que cobra mucho dinero por mostrártelo), te aseguro que ya no valdría la pena ni el camino, no el resultado (pues cualquiera podría acceder en favor de su bolsillo). 


El éxito se basa en fracaso, sí, fracaso. Sólo es una palabra más del diccionario, por favor, no la dilapides. El fracaso puede ser magestuoso, puede ser un gran padre, consejero y mentor, pero le tememos y rehuimos tanto, que probablemente el miedo al fracaso paralice a más de uno de los presentes. 


Necesitas fracasar. Lánzate y date un golpe fuerte, sangra a borbotones, quédate aturdido y luego céntrate: ya sabes que el camino no es exactamente por ahí (quizás es un poco más arriba, o tal vez en dirección contraria, te toca suponerlo). Volvamos a intentarlo. 


El mundo actual es inmediato y nosotros nos hemos transformado en eso mismo: hacemos la compra online con unos clicks, compramos ropa, pedimos delivery, nos inscribimos en cursos, accedemos a los últimos estrenos, todo sin esperas. ¿De verdad es sorprendente que en este mundo estridente donde el primero en llegar hinca el diente la paciencia sea un valor ausente? 


Paciente, paciente, paciente, el que espera, el que se prepara, el que se lo merece. Siempre en movimiento, a veces lento y a veces muy fuerte, dando pasos de tortuga, de gacela o entre continentes. Lo importante es siempre estar presente y consciente: un error no es punto y final, es una coma aclaratoria en el proceso de sumar. 


Así, tras todo esto, sólo me queda decirte, camina y cae muchas veces, hasta que de tanto levantarte rumbo al despegue, vueles, y cuando estés en el cielo no olvides las caídas, porque el fracaso fue tu impulso y el fallo te hizo fuerte. Que tus alas estén llenas de las negativas que viviste, que sean la huella del camino que seguiste hasta encontrarte. Cuando al fin aparezca la vida en la esquina tienes que abrazarla con ganas y no detenerte, seguir en movimiento, a veces rápido, a veces lento, y subir y bajar despacio, porque como me han dicho muchas veces: si esta vez no sale bien, es porque no era el último intento. 


Ánimo férreo, corazón caliente, lleva el pecho hinchado del orgullo del valiente, porque todo el que quede inerte al final se arrepiente, y el valor del movimiento y el fracaso no cualquiera lo merece. 


Mantente erguido, camina, anda y vuela, y no pares nunca aunque duela, porque el fra-caso solo se da en algunas ocasiones, mientras el éxito es la recompensa a expensas de todo lo vivido. ✨. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario